Los cristianos sencillamente tenemos que tomar el poder y la autoridad que Jesucristo nos ha dado y valernos de ella para libertar a los cautivos. Los siguientes son algunos ejemplos de mi propia experiencia:
Juanita es una enfermera de 35 años y es oriunda de mi pueblo. Trabajé con ella unos diez años cuando yo todavía era enfermera. Me encontré con ella otra vez hace ya algún tiempo. Se mostró sorprendida del cambio que veía en mí, lo que me permitió sentarme una tarde y hablarle de lo que el Señor había hecho en mi vida.
-Sabes -me respondió-, en los últimos cinco años otras dos amigas han entregado sus vidas a Cristo y han cambiado dramáticamente. Antes se sentían insatisfechas e infelices: hoy rebosan de gozo y paz. A veces he pensado que me gustaría hacer lo mismo, pero no he podido. He dejado de pensar en ello.
-¿Por qué no puedes entregar tu vida a Cristo? pregunté.
-No sé. Comprendo los beneficios, pero no puedo.
Hasta me pongo ansiosa y nerviosa al hablar de hacerlo. Mejor no hablemos más de esto.
Un tiempo atrás lo hubiera dejado todo así. Pero, gracias al Señor, gracias a su entrenamiento, puedo reconocer los síntomas con facilidad. Así que insistí.
-Permíteme una pregunta más. Cuando tratas de pensar en Jesús, ¿es como si chocaras con una pared invisible y se te vuelve fatigoso seguir pensando y dejas de hacerlo?
-¡Exactamente! ¿Cómo lo sabes?
-Es que he estado en la escuela de Dios. Dime, ¿en qué actividades del ocultismo has participado?
-¿Cómo lo sabes? -me dijo, totalmente sorprendida -Bueno, no en muchas. Estuve ocho años visitando por diversión a alguien que me leía las manos. Desde entonces he ido varias veces a que me lean las manos y digan la suerte, aparte de seguir mi horóscopo. Pero no es nada serio.
-Bueno, Juanita, esas «aventuras» frívolas con el ocultismo han bastado para que caigas en lazos demoníacos que te impiden aceptar a Jesús. Pero te tengo buenas noticias. Jesucristo vino a libertar a los cautivos. Como soy Suya, El me ha dado Su poder y autoridad sobre Satanás y los demonios. Y ahora, demonios que han mantenido atada y ciega a Juanita, ¡les ordeno en el nombre de Jesús que no sigan actuando en su vida!
Juanita me miró sorprendida como si se me hubiera aflojado algún tomillo. Simplemente cambié de tema y hablé de otra cosa por unos diez minutos. Entonces le pregunté:
-Juanita, te pregunté antes si deseabas aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador. Sabes que lo necesitas. ¿Qué de orar ahora mismo conmigo?
-¿Sabes? Me gustaría que oráramos ahora. Puedo aceptar a Jesús. No sé por qué no lo hice antes.
Nos arrodillamos, y otra persona cautiva escapó del tenebroso reino de Satanás y entró en el reino de Dios. Le hablé entonces de las puertas que había abierto, y oró para cerrárselas para siempre a Satanás con la preciosa sangre de Cristo.
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Una chica de veinte años se presentó una noche en el salón donde yo estaba trabajando. Dijo que temía que si no la ayudaban se iba a suicidar. Se sentía deprimida y con miedo, como si no tuviera ninguna razón de vivir, como si su vida estuviera vacía y no tuviera sentido. Después de hablar con ella un poco le dije claramente que lo que necesitaba era a Jesucristo, y le hablé del evangelio.
-Mis padres son cristianos -respondió- y me crié en una iglesia. Sé que lo que me dice es cierto, pero todavía no estoy lista para hacerlo.
«Demonios que tienen atada a esta chica, ¡les ordeno en el nombre de Jesucristo que dejen de actuar sobre ella!» dije, mientras la chica me miraba como si me hubiera vuelto loca. Pero luego se le olvidó al cambiar yo el tema y hablar de otra cosa durante varios minutos. Al rato le dije:
-Susy, reconociste hace unos minutos que sabías que yo estaba diciendo la verdad, y que necesitabas a Cristo en tu vida. ¿Qué si oras conmigo y le pides a Jesucristo? ¿Que sea tu Señor, tu Salvador y tu Dueño?
-Me gustaría. Nadie lo había hecho antes conmigo ¿Me ayuda? No sabría qué decir.
Entonces Susy oró conmigo y tomó el camino de la vida eterna. Tras algunas preguntas discretas descubrí que la puerta abierta en su vida había sido el probar drogas durante un fin de semana que pasó con unas amigas. Aquello bastó para que su mente quedara atada por demonios. Por la manera en que me contó su vida, no dudo que antes que yo le hablara tuvo muchas oportunidades de aceptar a Cristo, pero sus ataduras se lo impedían.
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Un anciano de ochenta años fue ingresado en la Unidad de Cuidado Intensivo con un muy severo ataque de corazón durante el tiempo en que yo era la doctora encargada de la unidad. Después de examinarlo me di cuenta que probablemente no viviría mucho. Me pidió que le dijera cómo lo encontraba y le dije que no estaba bien y que había tenido un fuerte ataque de corazón. Se volvió y se puso a llorar.
-Doctora -me dijo-, no me diga eso, ¡no puedo, resistirlo!
-¿Por qué, señor? ¿Teme a la muerte?
-Sí.
-¿Sabe qué será de usted cuando muera?
-Sí, joven. ¡Voy derechito al infierno!
Me sorprendió porque pocas personas son tan sinceras.
-Pues, señor, permítame decirle cómo evitar el infierno.
-No, no. Ya lo he oído antes y no me ha servido de nada. No se moleste.
-Pues, quiéralo o no -le dije-, usted va a oír de Jesucristo una vez más. Entonces le hablé del evangelio en cuatro frases. La brevedad es esencial en estos casos.
-Lo sé. Ya lo sé todo, pero no puedo.
-Señor, repita estas dos palabras: Jesucristo, sálvame. -¡No puedo! ¡Váyase!
-Señor, sé que algo impide que usted diga esas palabras. Sé que no puede decirlas. ¿Sabe quién se lo impide?
El anciano se volvió y mirándome a los ojos me dijo:-¡Satanás y sus demonios!
Entonces, a viva voz, me dirigí a Satanás y sus demonios y en el nombre de Jesús los dominé. Nunca olvidaré el gozo que iluminó el rostro del anciano. Me tomó la mano y con lágrimas en los ojos le pidió al Señor que fuera su Señor y Salvador. Se veía la paz que lo inundaba. Me miró y dijo:
-Joven, he estado buscando y queriendo acercarme a Jesucristo durante cincuenta años. Pero no lo lograba.
Me contó que había sido marinero. Cuando tenía treinta años su barco llegó a Filipinas y durante un permiso para desembarcar entabló una discusión con un filipino. Este le echó una maldición vudú que hizo que durante cincuenta años estuviera buscando al Señor sin poder aceptarlo. Nadie de los que le hablaron del evangelio sabía valerse del tremendo poder y la tremenda autoridad de Jesucristo, ni reconocer lo que estaba sucediendo.
Al siguiente día cuando fui a verlo había empeorado físicamente, pero estaba radiante. Sus últimas palabras fueron: “Joven, tengo una paz perfecta”. Luego cayó en coma y murió no mucho después.
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Una mujer de cuarenta y cuatro años llegó a mi oficina. La traían unos amigos porque estaba a punto de suicidarse. Sus amigos la trajeron a mí porque sabían que yo era una doctora cristiana y esperaban que pudiera ayudarla. Su historia no era diferente de las muchas que había escuchado. Nació de padres cristianos que la amaban, y ella lo sabía. Pero de alguna manera en su adolescencia empezó a andar mal. Empezó a juntarse en la escuela con quienes no le convenían, y participó en todo tipo de relación sexual.
-Sabía que lo que hacía no estaba bien -me señalo y en lo más íntimo no quería hacer aquellas cosas, pero parecía no poder evitarlo. Había crecido en la iglesia y sabía lo que estaba bien y lo que estaba mal. Pero no podía llegar al punto de aceptar a Jesucristo y consagrarle mi vida como mis demás hermanos y hermanas. No sabía por qué. Quizás no estaba preparada.
A los diecisiete años tuvo un hijo sin estar casada, y los padres la obligaron a entregarlo en adopción. Más tarde aquel año casi logró suicidarse y pasó tres meses en un hospital siquiátrico. El resto de su vida la había pasado entrando y saliendo del hospital siquiátrico, visitando siquiatras y sicólogos, y tornando innumerables drogas y tranquilizantes. Nada servía. No podía establecer relaciones amorosas estables ni experimentar amor. Tuvo otro hijo sin casarse y se fue de la casa a los diecinueve años ante el temor de que sus padres la obligaran a deshacerse del segundo hijo. Finalmente, dos años antes de venir a verme, comenzó a asistir a una iglesia y llegó a aceptar a Cristo. Su vida mejoró en los años siguientes. Dejó la bebida y pudo conservar el empleo. Halló verdaderos amigos cristianos que pasaban mucho tiempo con ella ayudándola a cambiar ya enmendar su vida. Su gozo era leer la Biblia y orar. De repente un día sucedió algo.
-Sentí corno si alguien hubiera cerrado una puerta de un tirón y todo quedó oscuro. Ya no podía leer la Biblia ni orar. Ya no sentía la presencia del Señor. Estaba muy acongojada. Seguía yendo a la iglesia porque sabía que era la única respuesta. Ya no sentía gozo. Había conversado con muchos pastores. Me decían que seguramente había algún pecado inconfeso en mi vida o que el Señor me estaba sometiendo a prueba. Pero sé que estoy siendo destruida. No quiero seguir viviendo. El único escape es el suicidio.
Le pregunté si alguna vez había sentido algo dentro de ella que no era ella, pero que dominaba sus actos y a veces sus pensamientos. Los ojos le brillaron.
-Sí, sí, a cada rato. Creo que hay algo dentro de mí que no soy yo. Les he preguntado a varios pastores si no será un demonio, pero me dicen que los cristianos no pueden tener demonios. Supongo que estoy loca. El siquiatra me dijo que era esquizofrénica cuando intenté hablarle de esa «cosa».
¡Ay, cuán ignorante es la gente! Sara lo que tenía era un demonio; por cierto, uno bien poderoso con muchos demonios subordinados. El Señor me instruyó que debía buscar la clave, la puerta que había sido abierta a los demonios. Bajo la dirección del Señor le pregunté a Sara si recordaba algún incidente muy traumático en su niñez. Después de pensar un momento dijo:
-¡Qué curioso que me lo pregunta! Recuerdo vagamente que mi madre me contó que me habían violado siendo muy niña. Ella nunca me hablaba de eso, porque decía que lo mejor era olvidarlo. Recuerdo que un hombre me agarró y me tiró al suelo, pero lo único que recuerdo son las ramas de un bello manzano silvestre en flor que yo miraba estando de espaldas en el suelo. No recuerdo más.
Aquella era la puerta. El demonio que entró en ella mientras era violada había permanecido en ella muchos, muchos años sin ser detectado y había destruido su vida. Era un tipo de demonio del que hablaremos después, que puede habitar el cuerpo, el alma y el espíritu al mismo tiempo. Tiene miles de tentáculos que pueden serpentear y enroscarse bien en cada parte. Fue él el que cerró de un tirón la puerta para que ella no sintiera la presencia de Dios. El crecimiento y la posesión del Espíritu Santo era algo que no podía tolerar, por lo que trató de apartar a Sara de su consagración al Señor.
Pero el Señor tenía asida a Sara y a las siguientes dos horas aquel demonio y sus muchos subordinados fueron echados fuera. Al fin, después de muchísimos años, Sara era libre. De nuevo sintió en su espíritu la presencia del Señor y pudo volver a leer con gozo la Biblia. Por primera vez en su vida comenzó a vivir una vida normal y sana, y a disfrutar el amor de Jesucristo nuestro Señor. Otra vez me vino a la mente Oseas 4:6 que dice: «Mi pueblo fue talado, porque le faltó sabiduría».
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Un musculoso caballero de 35 años llegó a mi consultorio con la siguiente queja:
-Mi vida está siendo destruida, está cayendo a pedazos por todas partes. No acabo de comprender la causa, pero sé que está sucediendo. Estoy muriendo.
Conversé con él y lo estuve interrogando más de una hora en busca de una pista. Su salud era excelente. No tenía problemas de salud, ni se sentía enfermo. Era cristiano, aunque nunca había caminado bien cerca del Señor. Le iba bien en el matrimonio, sus hijos estaban bien, sus relaciones familiares eran buenas. Tenía un buen trabajo en el que estaba contento. Por último, cuando le pregunté por el funcionamiento de su cuerpo, me dijo:
-Tuve problema de sinusitis hasta hace unos tres años. No he vuelto a tener problemas desde entonces.
Lo curioso era que me decía que precisamente en los últimos tres años había sentido que su vida se estaba desintegrando.
-¿Qué le curó la sinusitis hace tres años?
-Fui a ver al Dr., y me hizo acupuntura. Dio resultado. No he vuelto a tener problemas.
¡Ese era el problema! Durante el examen médico le hice un electrocardiograma. Mientras el electro marcaba las pulsaciones de su corazón, de repente sentí la sobrecogedora presencia del mal en la habitación. Inmediatamente el corazón del hombre dejó de latir. No estaba muy segura de lo que tenía delante, pero reprendí al mal en el nombre de Jesucristo y el corazón espontáneamente volvió a latir. ¡Había estado sin latir más de un minuto! Después el Señor me reveló que el mal que había sentido era el espíritu del acupunturista. Estaba robándole energía al paciente, aun hasta el punto de que el corazón le dejó de funcionar. El Señor había permitido que pasara en aquel preciso momento para que yo aprendiera. Las puertas demoníacas habían sido abiertas en aquel joven por medio de las agujas de la acupuntura, y habían quedado abiertas para que el acupunturista, que es algo similar a un hipnotista, pudiera controlarlo. El acupunturista estaba robándole vigor a aquel joven. Por eso éste sentía que su vida se le destruía. ¡Era verdad! No podía decirle lo que le estaba pasando. Hubiera pensado que yo estaba loca. Era un cristiano superficial que no estaba listo para aceptar la realidad de la existencia de los demonios. Le pregunté al Señor qué debía hacer. Me respondió: «Usa el instrumento más poderoso que tienes: ora con mucho fervor por este joven».
Durante un año entero estuve ayunando y orando muchas veces por él. Al cabo de un año el Señor me habló de nuevo y me dijo que en respuesta a mis oraciones había libertado a aquel hombre sin que éste lo supiera. Poco después volvió a verme para un problema menor y me dijo que se estaba sintiendo mucho mejor. ¡De nuevo Jesucristo había libertado a un cautivo!
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Tuve que atender a un hombre que había tratado de suicidarse. Rick se había criado en un hogar cristiano, en una amorosa familia. Había consagrado su vida al Señor en su adolescencia y había andado muy cerca del Señor, y había escuchado su voz hablándole a su espíritu. Era un joven muy inteligente y al terminar el preuniversitario había ingresado en un seminario para ser pastor. El Señor era el gozo de su vida.
De repente, como un año antes de que yo lo conociera, ya no sentía la comunión con el Señor. Le era casi imposible leer la Biblia u orar y no sentía en absoluto la presencia del Señor. Consultó y oró con muchas personas pero no recibió ayuda. Empezó a tener mucha dificultad para concentrarse en los estudios y sus calificaciones bajaron drásticamente. Por último, se sintió tan desesperado que dejó los estudios como un mes antes de su intento de suicidio. Sentía que no tenía razón de vivir.
Lo interrogué para tratar de descubrir la puerta.
Finalmente, cuando le pedí que me contara lo que había hecho poco antes de que comenzara el problema, me contó lo siguiente:
-Poco antes de que comenzaran las clases hace un año, me fui en automóvil a Denver, Colorado. Mi madre me había llamado para pedirme que fuera porque su madre estaba gravemente enferma en el hospital. Pedí unos días de permiso en el trabajo y salí para Denver. Al llegar a la ciudad me dirigí al hospital. Mientras iba por la ciudad rumbo al hospital de pronto tuve la sensación de que algo oscuro, como una nube, caía sobre mí. Duró solo unos segundos y luego desapareció. No volví a pensar en eso. Cuando llegué al hospital hallé que mi abuela había muerto muy poco antes de que yo llegara. Me quedé para el entierro y regresé.
Al preguntarle más, me contó que su abuela había estado muy metida en la brujería. Muchos miembros de la familia habían tratado de hacerle ver que necesitaba a Cristo, pero no lo lograron. Ahí estaba la puerta: herencia. Al morir la abuela, los poderosos demonios que moraban en ella pasaron a otro miembro de la familia. Claro, Satanás prefirió a Rick que estaba estudiando para el ministerio. Después de ser liberado, pudo volver a tener comunión con el Señor. Una simple oración de fe de sus padres pudo haber roto cualquier línea hereditaria y protegido a Rick de la herencia de la abuela. Pero ellos no lo sabían.
Sé que muchos dirán que Rick estaba protegido de tal cosa porque era cristiano. Pero la Biblia dice claramente que el pecado de los padres pasará a los descendientes hasta la tercera y cuarta generación. Por eso Dios advertía con tanta firmeza a los israelitas que no participaran en el ocultismo. Los cristianos deben estar conscientes de esto. Si saben de alguien en la familia que haya andado en el ocultismo en alguna forma, deben pedirle al Señor que cierre la puerta de la herencia con la preciosa sangre de Jesucristo tanto en ellos como en sus hijos.
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DESEO BOSQUEJAR a continuación los cuatro pasos básicos que un cristiano debe dar para luchar por la salvación de alguien que esté atado por los demonios. Muchos padres enfrentan este problema con hijos incrédulos que han participado de música rock, juegos ocultistas, drogas, alcohol, etc. Estos pasos también puede aplicarlos cualquier cristiano a cualquier persona por la que sienta carga y por la que esté dispuesta a luchar con tal de llevarla a Jesucristo.
Si la persona inconversa vive en casa del cristiano, el primer paso debe ser limpiar la casa, si es que el cristiano tiene autoridad en la casa. Los hijos, claro, no pueden hacer esto si son menores que todavía viven en la casa de sus padres.
Todos los objetos que se usan para el servicio de Satanás (objetos ocultistas, discos de rock, materiales de juegos fantásticos en que se asumen papeles, etc.) son «objetos familiares». (Se verá más adelante.) Todo eso hay que sacarlo de la casa pues proporciona una base legal para que los demonios introduzcan poderes malignos en la casa.
En el caso de padres cristianos que se enfrentan a adolescentes rebeldes, quiero advertirles que no pueden simplemente ir al cuarto del adolescente y tratar de limpiarlo de objetos familiares. Deben hablar con él primero. Aten los demonios que haya en él, y luego siéntense a hablarle. Escuchen junto a él los discos de música rock, y examinen con cuidado la letra. Les garantizo que el chico se avergonzará porque sabe en su corazón que la música rock es terrible. Si ha andado con juegos ocultistas, siéntense y examinen los manuales y estudien con él los juegos para que comprenda lo que están haciendo y puedan señalarle Biblia en mano lo que está mal. Después de hacer esto, destruyan las grabaciones y los juegos.
Tienen que comprender que la persona que aman está atada y ciega por causa de los demonios. Pueden estar hablándole años enteros de que necesita a Jesucristo, pero no va a entender. Puede ser que hasta le repita lo que le dice, pero si hay «estática» en lo que le dice no va a entender los conceptos. La «estática» es un demonio. Además, su voluntad está tan atada que aun si entiende que necesita la salvación que ofrece Jesús, no puede pedirle que sea su Salvador y Señor.
Si la persona vive en su casa, todos los días, en voz alta, tome la ofensiva contra los demonios que están en ella. Puede hacerlo en otro cuarto donde la persona no le pueda oír. Los demonios tienen un oído muy fino. Diga algo así:
Demonios que tienen atado a: ______., asumo autoridad sobre ustedes en el nombre de Jesucristo mi Señor. Les ordeno en el nombre de Jesús que no aflijan a hoy. Mi casa está consagrada al Señor y es territorio santo. Ustedes son intrusos y no pueden actuar aquí. En el nombre de Jesús, ordeno que se vayan.
Esta batalla será librada diariamente. No puedo decirle lo larga que será, pues solo el Señor lo sabe en cada caso. Recuerde que los demonios pueden hablar a través de la otra persona, y a veces lo hacen con rudeza e insultos para tratar de librarse de usted. En muchos casos es necesario responder al demonio directamente, sabiendo que está hablando a través de la otra persona y ordenarle que se calle. El Señor le dirigirá.
Usted puede pedirle al Señor que le permita «ponerse en la brecha« por la persona que no es salva. Lea Ezequiel 22:30-31. Pídale al Señor que le permita pararse en la brecha por esa persona para que sus ojos puedan abrirse y pueda libremente aceptar a Jesús.
Por último, tiene que darse cuenta de la maravillosa posición de poder en que nuestro Señor nos ha colocado. Hebreos 4:16 dice:
Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro.
La Biblia nos enseña que Satanás se presenta ante Dios y le pide gente. El relato de Job 1 lo demuestra claramente. Y Lucas 22:31- 32 relata:
Dijo también el Señor: Simón, Simón, he aquí Satanás os ha pedido para zarandaros como a trigo; mas yo he rogado por ti que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.
Satanás no es echado definitivamente del cielo sino hasta el capítulo 12 de Apocalipsis.
«Y fue hecha una gran batalla en el cielo:
Miguel y sus ángeles lidiaban contra el dragón; y lidiaba el dragón y sus ángeles. Y no prevalecieron, ni su lugar fue más hallado en el cielo. Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, el cual engaña a todo el mundo; fue arrojado en tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. Y oí una grande voz en el cielo que decía: Ahora ha venido la salvación, y la virtud, y el reino de nuestro Dios, y el poder de su Cristo; porque el acusador de nuestros hermanos ha sido arrojado, el cual los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. 12:7-10
Hay que entender que Satanás se presenta ante el trono de Dios y le pide a nuestro Padre celestial por los inconversos que amamos. Satanás los señala con dedo acusador y dice: «¿Ves a Fulano de Tal? Está oyendo música rock (o cualquier otra cosa]. Por lo tanto, tengo derecho a su alma ya influenciar en su vida y a mandar que mis demonios entren en él».
Como Dios es perfectamente justo, tiene que concederle la petición si no hay objeción. Pero como herederos y coherederos de Jesucristo tenemos mucho más derecho que Satanás de presentar peticiones ante Dios el Padre. Debemos acercarnos «confiadamente» ante el trono y presentar peticiones contrarias a las de Satanás. Podemos orar así:
“Dios y Padre, pido lo contrario de lo que pidió Satanás. Vengo a ti en el nombre de Jesucristo mi Señor. Y demando que se me conceda a esa persona. Lo demando como la herencia que prometiste darme [si la persona es hijo o hija suyo, o cónyuge suyo]. Satanás no puede tenerla. Pido que abras sus ojos para que pueda ver la luz del evangelio de Jesucristo».
Si la persona por la que está orando no es familiar suya, puede pedir en base a que Jesucristo nos ordenó hacer discípulos en todo el mundo, y podemos demandar que esa persona sea un discípulo de Jesucristo.
Otra vez, hay que entender que es una batalla verdadera. No ganaremos de la noche a la mañana, pero tenemos poder y autoridad en Jesucristo para finalmente vencer.
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